dimecres, 6 de maig del 2009

Francesc de Carreras i Bolonya

"A partir de ahora, cuando menos en parte, ya no será así: la universidad será una mezcla de bachillerato especializado y de formación profesional, con algún pequeño reducto de universidad a la antigua usanza."

"El modelo español ha estado a caballo entre uno y otro modelo, con todas las evidentes insuficiencias pero también, ciertamente, coincidiendo en una cosa con ambos: en la universidad no se debía enseñar una profesión sino que debían ponerse las bases teóricas para que esta profesión pudiera aprenderse fuera de la universidad. Es decir, sin aprender los conocimientos que la universidad ofrece es imposible tener capacidad suficiente para ser después abogado, médico o arquitecto; ahora bien, en la universidad no te enseñarán a ser abogado, médico o arquitecto. Bien generalista, bien científica -dependía de la carrera, asignatura o profesor -en la universidad española no se enseñaba una profesión, simplemente se preparaba para que después se pudiera aprender una profesión."

"Hace ya muchos años que en la enseñanza primaria los juegos con figuras de plastilina tienen tanta o más importancia que aprender a leer, escribir y las cuatro reglas de la aritmética. La pretensión ha sido que los niños, envueltos en mimos y algodón, no aprendieran casi nada pero fueran felices. Los conocimientos propiamente dichos se dejaban para la enseñanza secundaria.

Y las habilidades y destrezas que se proponen son, en el fondo, práctica sin teoría, es decir, la inversión de lo que es razonable. Desgraciadamente, la pedagogía de la plastilina ha llegado a la universidad."

Educar y maleducar, de Francesc de Carreras en La Vanguardia

"En estos últimos meses, quizás gracias a estas manifestaciones estudiantiles, la opinión pública comienza a interesarse de nuevo por la universidad. Alegrémonos. Pero para hablar de los problemas de la universidad hay que tratar antes de uno que es previo: la mala preparación con la que acceden a sus aulas la mayoría de los alumnos."

"La supresión de las calificaciones escolares, el rechazo de la memoria como instrumento indispensable del saber, la sustitución de los exámenes -considerados pruebas represivas- por sencillos trabajos escolares que en muchas ocasiones se solucionan con simples descargas de internet, han resultado técnicas catastróficas para la educación de los jóvenes. Los alumnos cumplen con sus deberes escolares sin experimentar ninguna dificultad."

"El mal causado ya es irremediable: lo que no se ha enseñado -y se ha debido enseñar- en primaria y secundaria, es muy difícil que se aprenda en la universidad. Este modelo pedagógico, aprovechando Bolonia, se intenta ahora trasladar a los estudios superiores."

Francesc de Carreras, Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona escribe en La Vanguardia (4-12-2008) que lo importante es plantearse hacia dónde va el nuevo modelo de Universidad:

“Con el plan de Bolonia la universidad europea concluye solemnemente un ciclo y comienza otro. (...) Desde principios de siglo XIX la universidad había sido, o pretendido ser, el centro de enseñanza superior por excelencia. A partir de ahora, cuando menos en parte, ya no será así: la universidad será una mezcla de bachillerato especializado y de formación profesional, con algún pequeño reducto de universidad a la antigua usanza. No digo que esta perspectiva esté mal ni bien. Seguramente es una solución que resuelve algunos problemas sociales y económicos de la actualidad. Pero también plantea otros y, en todo caso, comporta importantes consecuencias culturales y sociales”.

En la Universidad española “en los últimos años, se ha ido creando un consenso implícito en que la universidad debe formar, antes que otra cosa y desde el principio, profesionales. Probablemente ello es debido a que, por una parte, de una universidad elitista hemos pasado a una universidad de masas, con necesidades distintas; por otra, la actual mentalidad de los jóvenes es muy pragmática y, desde el primer día, piden que se les enseñen cosas útiles para su rápida inserción en el mundo laboral. Las direcciones de las universidades, desde el ministerio hasta las consejerías autonómicas, los rectores y los decanos, incluso la mayoría de los profesores, también parecen estar en esta línea”.

Carreras enuncia dos dudas sobre esta nueva orientación: “La primera, si dará buenos resultados prácticos, es decir, si ayudará realmente, aunque resulte paradójico, a formar buenos profesionales. La segunda, si será capaz de incitar a la investigación, al aumento del conocimiento innovador, ahora que tanto se habla de su necesidad”.

En otro artículo publicado en La Vanguardia (11-12-2008), el mismo Francesc Carreras se refiere a la competencia futura entre universidades a la hora de impartir el máster. Carreras no cree que los estudiantes tengan razón cuando alegan que las actuales reformas se encaminan a privatizar la universidad pública. “¡Ojalá aumentaran las ayudas de las empresas a estas universidades! Aunque en tales casos el riesgo de estar al servicio de intereses privados sería real, no es forzosa su incompatibilidad con la función pública de la universidad ni necesariamente deben condicionar la libertad docente e investigadora. Las mejores universidades públicas del mundo reciben cuantiosas ayudas privadas y ello no hace disminuir su calidad, sino todo lo contrario”.

En cambio, le preocupa que las universidades públicas sean menos competitivas que las privadas a la hora de impartir el master, que será lo más decisivo para la calificación en el mercado laboral. Carreras achaca esta desventaja de las universidades públicas a tres factores: mala financiación, gobierno corporativo y gestión burocratizada.

Recuerda que “las matrículas que pagan los estudiantes sólo alcanzan a financiar el 15 por ciento de su coste, el resto se paga con los impuestos que sufragan los ciudadanos. En este sentido, el estudiante universitario es un privilegiado: tres horas de inglés a la semana en una academia privada son más costosas que todo un curso en la universidad”.

“A su vez, el sistema de gobierno de estas universidades, al degradar conceptos tan respetables como democracia y autonomía, al crear una inexistente entelequia como es la ‘comunidad universitaria’, tiene una naturaleza simplemente corporativa, es decir, es una mera representación de intereses particulares: mandan los profesores, que, en general, se preocupan de gobernar en provecho propio en lugar de atender a los intereses generales. Un ejemplo de ello está en la reforma actual de los nuevos planes de estudio de grado, aprobados sin apenas discusión de fondo sobre el contenido de las materias que enseñar y repartiéndose los profesores las asignaturas que impartir mediante un oscuro trueque de inconfesables intereses”.

“Por último, la gestión en la universidad se ha complicado enormemente y su administración es un pesado fardo caro y poco eficaz. Todas las universidades son autónomas pero dependen también de su comunidad y del Estado; demasiadas administraciones, porque, además, tanto la comunidad como el Estado tienen muy diversos organismos que participan en la administración universitaria”.

En consecuencia, concluye Carreras, “si el actual movimiento de estudiantes es un movimiento socialmente de izquierdas, no debería enfrentarse al plan de Bolonia, sino esforzarse en poner en cuestión la actual organización, corporativa y burocrática, de las universidades públicas”.